Mientras sus ministros le visten, el Pequeño Príncipe mira en un gran
espejo lo que ocurre en su reino; hay cosas que no le gustan. Por eso,
imagina soluciones a esos problemas y promete arreglarlos cuando sea
mayor. Un día se distrae y en vez de atender a esos pensamientos escucha
lo que sus ministros le dicen: como estos no paran de adularle, su
vanidad crece, y el Príncipe comienza a agrandarse hasta que su figura
ocupa todo el espejo, tapando lo que antes tanto le gustaba contemplar.
Se despierta y se da cuenta de que sólo ha sido una pesadilla. Decide
vestirse solo y no hacer caso de los elogios interesados, para que ese
sueño no se convierta en realidad.
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